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miércoles, 2 de mayo de 2012

Parásitos internos en los perros

A nuestros perros pueden atacarles diversos tipos de parásitos externos; sin embargo, estos no son los únicos, sino que también se ven expuestos a los parásitos internos, unos pequeños organismos que viven en el interior del animal parasitado, especialmente en el intestino, en el corazón y los pulmones.

En cuanto a los parásitos intestinales, básicamente se dividen en dos grupos, los vermes redondos o nematodos y los vermes planos o cestodos, y cualquiera de ellos vive en el aparato digestivo del perro, donde se alimentan succionando sangre y nutrientes. Por este motivo pueden provocar lesiones en los tejidos, así como llegar a producir una obstrucción intestinal y, en casos muy graves, la muerte.

La mejor manera de luchar contra ellos es la prevención y unos buenos hábitos higiénicos. A este respecto, se recomienda que el perro sea desparasitado al menos cuatro veces al año, es decir, cada tres meses.

Otro tipo de parásito es el llamado “gusano del corazón” o dirofilaria, que en su fase adulta se localiza en el corazón del perro y provoca una enfermedad de evolución lenta con graves síntomas cardíacos y respiratorios que pueden resultar mortales. Para luchar contra esta parasitación existe tratamiento, aunque no es sencillo, de modo que lo más seguro es la prevención.
 
Dado que algunos de estos parásitos pueden afectar al hombre y producir las mismas enfermedades que al perro, el dueño debe mantener una relación lo más higiénica posible con su mascota y evitar, en la medida de lo posible, que le chupe indiscriminadamente, especialmente en los labios.

Finalmente, para proteger de los parásitos internos al perro y a las personas de su alrededor, lo mejor es seguir las pautas de desparasitación indicadas por el veterinario, quien marcará las más adecuadas según el peso del perro, la zona donde viva y sus costumbres.

Necesidades nutricionales de los perros adultos

Al igual que el ser humano, el perro experimenta cambios propios del paso de los años. Por ello, su tipo de vida se debe adaptar a estas nuevas necesidades, incluida la alimentación.

Por su parte, los signos del paso del tiempo no son evidentes al principio y varían según el tamaño del perro, incluso de la raza. A este respecto, cuanto más pequeño es el perro, más tardan en ser evidentes los cambios debidos a la edad.

Asimismo, se ha determinado que la madurez tiene dos etapas. La primera es aquella en la que los signos se producen pero suelen pasar inadvertidos para el dueño o éste apenas les da importancia; por ejemplo, el descenso de la actividad del perro, un ligero aumento de peso y la aparición de sensibilidad dental.

Esta primera fase empieza hacia los 8 años en los perros de menos de 10 kilos de peso cuando son adultos; hacia los 7 años de edad en los perros de tamaño mediano, los que pesan entre 10 y 25 kilos, y a los 5 años en los perros grandes, los que superan los 25 kilos de peso.

La segunda fase se caracteriza porque los signos de la edad ya son evidentes, por ejemplo el pelaje pierde brillo y aparecen muchos pelos blancos, evita el movimiento siempre que puede, su resistencia a la actividad es menor y aumenta el riesgo de padecer enfermedades.

Sin embargo, el perro mayor no debe considerarse como un animal enfermo, sino que en su organismo han aumentado  los efectos de los radicales responsables del envejecimiento celular, y superan la capacidad protectora de los antioxidantes. Esto hace que se vaya volviendo más sensible a ciertas enfermedades asociadas a la edad (enfermedad renal, osteoartirtis, tumores, etc.). Al igual que la primera fase, la edad en que comienza esta segunda etapa del envejecimiento varía según el peso. Así, los perros de menos de 10 kilos muestran más signos de vejez a partir de los 12 años; los perros medianos a los 10 años y los grandes a los 8.
 
Por todo esto, es fundamental adaptar la alimentación a las necesidades propias de estas etapas. Con un alimento adecuado a la primera fase de envejecimiento se ayuda al mantenimiento de la vitalidad, a un mejor control de la salud dental y de la tolerancia digestiva, así como a un cuidado más específico de la salud y belleza de la piel y el pelo.

En cuanto a los alimentos desarrollados para atender las necesidades de los perros en la segunda fase de envejecimiento, permiten un cuidado más exhaustivo de la salud articular, del tránsito digestivo y, por supuesto, de la belleza del pelo a través de la salud de la piel.

El Perro tiene origen en el sureste Asiático

El perro procede de China
 
Entre todos los estudiosos que dedican su tiempo a explicar el origen del perro destaca Peter Savolainen, perteneciente al Real Instituto de Tecnología de Suecia, quien en 2002 publicó un estudio que situaba dicho origen en el sureste asiático, donde se habían encontrado evidencias que procedían de 11.500 años atrás.

No obstante, este autor ha publicado en la revista “Heredity” otro estudio reciente en el que resulta más concreto y sitúa los orígenes del perro en la cuenca del río Yangtsé, en China. Para ello, ha utilizado el análisis de miles de secuencias genéticas procedentes de perros de todo el mundo y las ha comparado con las de más de 150 perros procedentes del Yangtsé con la intención de encontrar los marcadores que comparten y poder situar el origen geográfico de su ancestro común.

Lo curioso de este estudio está en que hasta la fecha todos los análisis genéticos caninos que se habían llevado a cabo, y que situaban el origen del perro en Oriente Medio, habían excluido a la población canina de esta zona asiática, así que era imposible haberlo determinado antes. Sin embargo, según concluye este estudio, la domesticación del lobo se hizo en esta zona geográfica a partir de unas cien hembras y fue extendiéndose al resto del planeta.
Otro de los aspectos en los que se han basado es que prácticamente la mitad del patrimonio genético del perro actual es semejante en toda la población universal, pero que sólo en las muestras procedentes de la zona del Yangtsé se encontró el rango completo de diversidades genéticas correspondiente al resto de la especie, lo que los expertos llaman haplotipos.

Para concluir, también se analiza la importancia que pudo tener la hibridación del lobo con el perro ancestral para ir evolucionando hasta nuestros días; sin embargo, la conclusión es que una vez llevada a cabo la domesticación del cánido primitivo que dio origen al perro, no hubo hibridación con el lobo salvaje, sino que fue evolucionando independientemente.

Según los cálculos llevados a cabo, los orígenes de esta población canina estarían entre los 5.400 y los 16.300 años, lo que coincide con el origen del cultivo del arroz. Esto lleva a deducir que la domesticación del perro tuvo lugar en el proceso de sedentarización del hombre en aquella época.