Páginas

jueves, 12 de enero de 2012

Perros adiestrados rastrean Valdeolea a la caza del envenenador de animales

La Guardia Civil desplaza a un equipo desde Madrid para ayudar al Seprona a esclarecer la muerte de 24 animales, nueve de ellos milanos
Nueve y media de la mañana. Inmediaciones de Las Quintanillas, en el Valle de Valdeolea (Campoo). Las perras Laika e Iza, pastoras alemana y belga, se revuelven inquietas nada más salir del furgón, ansiosas por comenzar el trabajo para el que han sido adiestradas: el rastreo. Pertenecen al Servicio Cinológico de la Guardia Civil, que ha desplazado un equipo desde Madrid, al mando del cabo Jiménez, para prestar apoyo a los agentes del Seprona en la búsqueda de pruebas que puedan conducir a la identificación del envenenador de al menos 24 animales, nueve de ellos milanos reales, una especie en vías de extinción.
Al envenenador de Valdeolea, cuyo campo de actuación son fincas y oteros que rodean el pueblo de Las Quintanillas, se le podría poner nombre y apellidos en breve. Y cuando así sea, puede que además de toparse con una multa millonaria se enfrente a una pena de cárcel.
Mimetizado con el hielo
No han pasado más de quince minutos desde el inicio del rastreo y llega el primer aviso: han localizado un zorro muerto en una cuneta al pie del pueblo de Bercedo, a poco más de un kilómetro de Las Quintanillas. Posiblemente llevaría un tiempo allí y su presencia habría pasado desapercibida ya que estaba cubierto por una capa de más dos centímetros de hielo que le mimetizaba con los campos helados de la gélida mañana, a cinco grados bajo cero.
El zorro encontrado en la cuneta se une a la lista de animales que han corrido la misma suerte por un motivo idéntico: la ingesta de veneno. Hasta ahora se han hallado nueve milanos reales, seis zorros, seis perros, un cuervo, un águila ratonera y un gato, aunque «puede haber muchísimos más, esqueletizados, que nunca sabremos cómo han muerto», como explica el ingeniero Javier Espinosa, jefe de la sección de especies protegidas de las Consejería de Ganadería.
Con la última víctima del envenenador a los pies, el personal auxiliar de Montes, los guardas forestales, se aprestan a hacer su trabajo bajo la atenta mirada de Espinosa. Son cinco personas que llevan tres semanas recogiendo cebos contaminados y animales muertos. Lo hacen siguiendo un protocolo. Enfundado en un mono especial, cubiertas la cabeza, las manos, la boca y los ojos -casi como un CSI-, fotografía el escenario donde ha sido encontrado el zorro. El trabajo se hace en medio de un inhabitual silencio ante el raposo, que hasta sin vida sigue imponiendo respeto. Le mide, toma datos y le introduce en una bolsa que queda sellada. ¿Tanta precaución, para qué? Fácil y peligroso: está recogiendo un animal que probablemente haya sido envenenado por aldicarb, un potente tóxico cuya utilización está prohibida, que puede llegar a contaminarle y su efecto ser mortal. El animal es entregado al Centro de Recuperación de Fauna de Cabárceno, donde la veterinaria Manena Fayós hace la necropsia y envía las vísceras y muestras al laboratorio toxicológico del Instituto de Recurso Cinegéticos de Ciudad Real, para la determinación del veneno.
«Terrorista medioambiental»
Y es que el envenenador ha comenzado un efecto multiplicador, una cadena de muerte: sembró la zona de bolas de carne de potro envenenada -la primera se encontró el 23 de diciembre pasado-, que son comidas por un animal que muere (el primero fue encontrado el día de Navidad) pero éste, a su vez, es devorado por un carroñero que también se envenena... y así hasta donde la cadena alcance. «El envenenador es como un pirómano, un terrorista del medio natural que tiene una consideración penal grave, igual que si hubiera matado a un oso pardo, ya que ha provocado la muerte de al menos nueve ejemplares de milano real, una especie que está catalogada como en extinción». El autor de estas acciones se enfrenta a dos penas. Según el Código Penal, en el artículo 327, puede ser castigado con entre dos meses y cuatro años de prisión. Por la Ley de Cantabria de Conservación de la Naturaleza, decreto 120/2008, con una multa de entre 60.101 y 300.500 euros.
Laika e Iza no dejaron de olisquear bardales, arroyuelos congelados y cunetas. A las siete y media de la tarde, la Guardia Civil decidió retirar el operativo, cuando cayó el día. No encontraron nada más. Hoy repetirán la operación en Cervatos.