Todo
perro posee por naturaleza propia una gran riqueza de cualidades
psíquicas que, unidas a una conformación idónea, representan una
sólida base para el adiestramiento, desde los simples ejercicios de
obediencia hasta el adiestramiento especializado.
La
primera etapa del adiestramiento es aquélla en la que el cachorro
aprende a obedecer a su amo. Así, por los hechos, comprende a la
perfección que existe un dueño, que éste quiere o no quiere que
haga algo, que hay cosas que pueden hacerse o no pueden hacerse y
que, debido a ciertos gestos y tono de voz que el perro asocia, puede
o no llevar a cabo determinadas acciones.
Sin
embargo, las pruebas de obediencia constituyen un paso ulterior,
aunque de importancia básica, para la utilización del perro en
algún trabajo. Estas pruebas, que pueden compararse con el paso de
un niño de párvulo a la escuela, consisten en algunos ejercicios
fundamentales. Si el perro no los aprende a la perfección, no podrá
pasar de curso.
Partiendo
de la base de que no se adquiere un perro sólo para disfrutar de su
compañía, reduciendo sus actividades a la posibilidad de satisfacer
sus necesidades fisiológicas durante un paseíllo más o menos
corto, hemos de suponer que, por el contrario, se quiere obtener de
él un mínimo de disciplina, evitando con ello que se convierta en
un perro torpe y mal educado, con el consiguiente peligro para sí
mismo y para los demás.
Será
necesario, pues, dedicar algo de tiempo a enseñarle las cosas más
importantes. Hay quienes creen que la obediencia se obtiene mediante
la vara y los zapatazos (las patadas son muy frecuentes en el
maltrato a un perro). Esos precisamente son los responsables de la
existencia de animales obtusos, debido a las continuas frustraciones,
o de perros excesivamente tímidos, casi enfermizos, aterrorizados
ante su amo, a quien lamerán la mano, no por amor, sino por miedo. O
de perros feroces, peligrosos para los demás e incluso para el mismo
dueño.
Este
tipo de educadores de perros, extraños autodidactas, no podrán
culpar al perro, sino a sí mismos, si el perro llega a morderles.
El
adiestramiento del perro requiere paciencia, firmeza y dulzura. Si
alguien es intolerante o sufre de los nervios, debe abstenerse de dar
lecciones a un perro, al menos hasta haber recobrado la calma. El
perro no puede comprender el carácter de una persona, o si un día
está de mal humor por problemas de índole familiar o laboral.
Además,
no debe exigirse nada de un perro que no esté en las debidas
condiciones físicas, de la misma forma que si el dueño se halla en
mal estado de salud, es obvio que nadie le exigirá ir a su trabajo a
hacer esfuerzos físicos. Por lo tanto, si el perro no se encuentra
bien, es conveniente suspender momentáneamente las lecciones.
Por otra
parte, las inflexiones de la voz son sumamente importantes; una orden
impartida con energía y reiterada, no hace falta gritar, sino como
si se le estuviera hablando al perro, tendrá un efecto mayor sobre
el cachorro.
El gesto
que acompaña a la orden ha de ser sólo una forma de aumentar su
énfasis. Por consiguiente, adiestrar a un cachorro debería ser,
aunque en realidad lo es, un pasatiempo, una verdadera diversión y
un pretexto para estar al aire libre.
Sólo de
esta manera podrá obtenerse de un cachorro que en el futuro se
comporte como un perro maduro en toda la extensión de la palabra,
mostrándose fiel a su amo y ejecutando con ahínco sus órdenes.
Se podrá
observar, al mismo tiempo, su alegría al obedecer, deseoso de
merecer los elogios y las caricias de su dueño, lo que constituye el
premio más apreciado para el perro.
En este
curso describiremos la forma en que se realizan los ejercicios de
obediencia y cómo se dan las órdenes, aclarando que estás siempre
deben ir precedidas del nombre del perro. Desde pequeño habrá que
llamarle por su nombre, especialmente en el momento de darle la
comida o alguna golosina, a fin de que el perro relacione su nombre
con situaciones agradables.