Que el perro pueda estar jugando durante horas seguidas tiene un efecto muy evidente, la ejecución de ejercicio, por lo que ya tenemos la primera de las ventajas de esta actividad.
No obstante, precisamente por este motivo, el juego debe adecuarse a su edad y características. Por ello, un cachorro debe jugar pero sin excesos físicos que puedan superar su capacidad, especialmente para evitar lesiones.
En cuanto al ejercicio, también debe supervisarse en los perros que tengan alguna patología que lo contraindique, por ejemplo, displasia de cadera, ya que es frecuente que a pesar de tener alguna molestia, un perro pueda estar haciendo ejercicio pero luego resentirse.
Dado que ellos no tienen capacidad para adelantarse a los acontecimientos, su control depende de nosotros. Especialmente cuando son cachorros, el juego supone el desarrollo de sus aptitudes, tanto cuando juega con sus hermanos de camada, como con otros cachorros en el parque. Por ello, en la medida de lo posible, hay que dejarle jugar con otros perros, ya que supone un buen método para su socialización.
Por otra parte, el juego con el dueño también tiene su importancia, en primer lugar porque se establecen vínculos entre ambos, que una vez afianzados pueden suponer la base para enseñarle muchas normas.
Así, cuando el perro nos pide que juguemos, es conveniente no consentir inmediatamente, sino darle una pequeña orden y sólo jugar con él cuando la haya cumplido. Con esta actitud aprende que es el propietario quien manda y a considerar el juego como un premio a su comportamiento. Asimismo, cuando un perro y un niño están jugando entre sí, deben contar con la supervisión de un adulto, tanto para controlar al perro en caso necesario como para dirigir al niño en cuanto al trato adecuado con el perro.
Como acabamos de ver, es muy importante que juegue con las personas y otros perros, pero en su defecto también lo es que lo haga con los objetos adecuados. Para este cometido, se comercializan de todos los tipos, con infinidad de características.
Sin embargo, siempre debemos elegir uno que no pueda tragar fácilmente o que sea difícil de romper en pedazos y que trague alguno.
Tampoco debemos permitir que juegue con nuestras manos, ya que así evitamos que nos haga daño, aunque sea involuntariamente, y jamás utilizaremos piedras para que nos las traiga, ya que resultan muy destructivas para la dentadura, por no hablar del peligro de ingestión accidental. Lo mismo pasa con los objetos personales, ya que si le dejas jugar con ellos, especialmente cuando es cachorro, lo que conseguirás es fomentar una costumbre muy difícil de redirigir.
Por: Erik Farina (Etólogo Canino)
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