miércoles, 14 de diciembre de 2011

La velocidad anual necesaria para el éxodo animal y vegetal impuesto por el cambio climático


Ya sea emigrando de manera directa, en el caso de los animales, o bien indirecta como por ejemplo a través de la supervivencia selectiva de semillas llevadas por el viento hacia una zona u otra, todos los organismos vivos que no logren adaptarse a las nuevas condiciones impuestas por el calentamiento global a su área de distribución geográfica habitual, sólo podrán sobrevivir ocupando lugares alternativos adecuados, que posean temperaturas ambientales acorde con sus necesidades.

Los resultados de un nuevo estudio muestran la rapidez con la que las poblaciones animales y vegetales necesitan desplazarse para huir del avance del cambio climático en tierra y mar, y mantenerse dentro de una zona climáticamente apta para permitirles sobrevivir.

Los gases de efecto invernadero han calentado la tierra en aproximadamente un grado centígrado desde 1960. Esa velocidad de ascenso es aproximadamente tres veces más rápida que la del calentamiento marítimo. Estas temperaturas han obligado a las poblaciones silvestres a adaptarse o a reubicarse de manera constante, en un éxodo lento pero ineludible.

Sorprendentemente, en el mar y en la tierra se necesitan velocidades de desplazamiento similares para dejar atrás los entornos que el cambio climático ha vuelto demasiado hostiles: un movimiento de 2,7 kilómetros por año en tierra firme y uno de 2,2 kilómetros por año en los océanos.

Con el cambio climático global, a menudo asumimos que la población afectada sólo tiene que moverse hacia los polos para escapar del calentamiento, pero el nuevo estudio muestra que en el mar, las rutas de escape son más complejas. Por ejemplo, debido al aumento de la incidencia de la circulación de agua fría hacia la superficie oceánica, la vida marina de la costa de California tendría que desplazarse hacia el sur en vez de hacia el norte para permanecer en su ambiente climático ideal.

El estudio, a cargo de los ecólogos John Bruno y Lauren Buckley, de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, Estados Unidos, y Mike Burrows de la Asociación Escocesa de Ciencias Marinas, se llevó a cabo en parte a través del Centro Nacional para Análisis y Síntesis Ecológicos (NCEAS, por sus siglas en inglés) de la Universidad de California en Santa Bárbara.