Miles de tortugas lora avanzan con lentitud y perseverancia sobre la arena en la playa de Ostional, en la península de Nicoya (Costa Rica). Se empujan con esfuerzo tierra adentro en busca de un hueco de arena en el que cavar y enterrar sus huevos. Muchas de ellas nacieron en esta playa y regresan siempre al mismo sitio para completar el ciclo. Son las 10 de la noche y la luna está en cuarto menguante. Se escuchan las olas, el rumor del viento acariciando las ramas de los árboles y muy en tercer plano el roce de las tortugas sobre la arena. La playa permanece semioscura. Cuando la vista del observador se acostumbra, centenares de bultos en movimiento se esparcen a un lado y a otro de la playa principal de esta pequeña aldea costera, de 800 metros de longitud (el resto de playas de Ostional suman ocho kilómetros). Los animales que arriban a la orilla se dejan empujar en el último tramo acuático por las olas del Pacífico, como si hicieran surf, para ahorrar esfuerzo hasta que la espuma se retira de nuevo hacia el mar y ellas caminan ya sobre la arena. Recorren apenas un metro y se detienen a descansar. Giran su cabeza, con boca en forma de pico de loro, para mirar a un lado y otro. Con la misma parsimonia reemprenden la marcha. La escena se repite durante seis días seguidos, en los que pueden anidar hasta 300.000 tortugas lora. La playa queda sembrada de huevos que en unas semanas generarán decenas de miles de nuevas tortugas. A escasa distancia, unas 250 personas se preparan para proteger este sorprendente ciclo vital, aunque la operación de rescate tiene un precio: una pequeña parte de la cosecha de estos huevos, que parecen pelotas de pimpón, se comercializará. Casi todo el dinero se repartirá entre los vecinos. El resto servirá para dotar de más infraestructuras al pequeño municipio.
”HAY FLOTA”. La voz se derrama desde un megáfono de madrugada en la calle principal de Ostional. El aviso moviliza a los vecinos, que a las 5.30 de la madrugada se dirigen a la playa. El proceso natural de desembarco de tortugas se repite cada mes, más intensamente entre septiembre y enero. Lo mismo ocurre en otras playas centroamericanas, pero Ostional es el único lugar del mundo donde hombres y mujeres actúan en simbiosis con las tortugas durante las llamadas arribadas. Los animales dejan sus huevos enterrados en la arena y los humanos limpian la playa, ahuyentan a los depredadores (perros, pájaros y también otros humanos, los furtivos) y vigilan que las tortuguitas recién nacidas lleguen vivas al mar. A cambio, los vecinos de Ostional se quedan con un pequeño porcentaje de los huevos para comercializarlos en el resto del país. Las supuestas propiedades afrodisiacas y potenciadoras de la virilidad de los huevos de tortuga provocan que sea un producto codiciado.
La actividad de los vecinos de Villa Tortuga, como bien podría rebautizarse el pequeño Ostional, comienza la madrugada en la que se inicia la arribada. “Los hombres del pueblo se dirigen a la playa y localizan los huevos con la punta del pie o con el talón. Luego sacan tres y los colocan en el borde del nido. Un grupo de mujeres los recogen y otras rellenan de arena el hueco”, explica Rodrigo Morena, biólogo de la comunidad de Ostional. En los tres primeros días, los únicos en los que los vecinos pueden recoger los huevos, se llegan a recolectar unos 300.000, repartidos en 1.500 bolsas de 200 unidades. Las mujeres y algunos hombres los limpian y empaquetan. Otro grupo los almacena y después los carga en camiones para distribuirlos por todo el país. Con ellos, siempre frescos, se hacen tortillas o se preparan la tradicionales sangritas, con salsa picante o dulce. También hay planes para pasteurizarlos o incluso elaborar otros productos alimenticios como galletas.
Este proyecto de la Asociación de Desarrollo Integral de Ostional (ADIO) se creó hace 27 años y se esgrime como un modelo de sostenibilidad, de relación equilibrada entre el hombre y la naturaleza, aunque también ha generado algunas críticas por el supuesto daño que podría causar la recolección de los huevos. Aunque los expertos lo desmienten. “En la playa de Ostional hay una sobreexcavación por la gran cantidad de tortugas que llegan en una noche y ponen miles de huevos. Al retirar parte de los depositados los tres primeros días, las tortugas que siguen llegando no los destruyen a su paso. Así se evita que la rotura de tantos huevos acabe contaminando la arena”, explica Laura Brenes, administradora del Refugio Nacional de Vida Silvestre Ostional, dependiente del Ministerio de Ambiente, Energía y Telecomunicaciones (Minaet). Este departamento vigila el proceso natural de nidificación y controla la aplicación del plan de conservación impulsado por la ADIO.
”A CAMBIO DE LOS PRIMEROS HUEVOS, los vecinos tienen varias obligaciones: limpiar la playa cada semana; recoger los troncos y la basura, para permitir el paso de las tortugas y las crías; ahuyentar a los depredadores, y avisar si se detectan furtivos”, añade Brenes, justo antes de salir de patrulla con dos agentes del servicio de Guardacostas, armados con subfusiles. “Tras una alerta de furtivos, normalmente solo encontramos bolsas con huevos abandonadas, porque ya se han dado a la fuga, pero si les cogemos los llevamos detenidos al juzgado”, cuenta Cristian Medina, uno de los dos policías medioambientales que llegan a Ostional nada más producirse la arribada. “Tenemos poca gente para vigilar estas playas, por eso es muy útil la colaboración de los vecinos de Ostional”, precisa Brenes. Costa Rica, consciente del valor de sus parques naturales y sus reservas ecológicas, castiga por la vía penal cualquier delito contra el medio ambiente.
“Desde que hace 27 años se constituyó la ADIO, se ha reducido mucho la extracción ilegal de huevos y se ha evitado el contrabando. También han aumentado las tortugas lora. Aquí todos nos comprometemos a protegerlas. Es verdad que la comunidad se beneficia, pero también somos un ejemplo porque limpiamos la playa y cuidamos la naturaleza”, explica Magdalena Vega, la presidenta de la asociación y elegida democráticamente por los 250 vecinos que participan en el proyecto.
El grupo funciona con una sencilla organización de equipos humanos, con sus respectivos jefes y a través de asambleas periódicas, que incluyen una reunión todos los sábados. Como si fuera una cooperativa, se reparte el trabajo por sexos y grupos de edad. Y se controla que todos los socios colaboren. “Incluso se prevén sanciones si alguien llega tarde o no hace su trabajo cuando se produce la arribada”, advierte Vega. El proyecto incluye una parte social: los mayores de 70 años cobran un incentivo aunque no colaboren. Y los discapacitados cobran la mitad. Al igual que las mujeres embarazadas. Todo un plan de pensiones y ayudas autogestionado por los vecinos de esta peculiar localidad.
el dinero recogido también se invierte en otros proyectos para el municipio, un pueblo por el que solo discurre una pequeña carretera que actúa como calle principal a cuyos lados se distribuyen edificaciones sencillas. Ostional dispone ya de una gran escuela, un centro de reuniones, un dispensario, un almacén, una sala de ordenadores, un centro de nutrición, y hasta un gigantesco campo de fútbol, donde se secan los sacos con los que se recogen los huevos. El dinero de los huevos ¿“puro huevo”, precisa Vega en alusión al lema y saludo habitual del país (“pura vida”)¿ también ha servido para construir un puente colgante que este otoño ha impedido que el pueblo quedara aislado por la crecida de los ríos en la época de lluvias y ha garantizado que los alumnos puedan acudir a la escuela. Laura Brenes, del Minaet, calcula que el 70% del dinero producido por la venta de huevos se reparte a partes iguales entre los vecinos y un 30% se invierte en infraestructuras para la comunidad.
El interés de esta alianza entre vecinos y tortugas ha provocado que centros educativos de Costa Rica desplieguen a sus alumnos en la zona para conocer de cerca este trabajo comunitario. Como Sheila Ramírez y Yamila Leiva, ambas estudiantes de Turismo Ecológico de 18 años, que pasan unos días en Ostional. “Para nosotras es una oportunidad para observar cómo funciona esta comunidad y su proyecto sostenible”, explican.
También viajan hasta Ostional voluntarios de otros países. A través de varias asociaciones medioambientales, y más concretamente de protección de las tortugas, personas de todas las edades, sobre todo estudiantes, llegan para colaborar de forma altruista. Estos grupos se alojan en el edificio del Refugio Nacional de Vida Silvestre Ostional durante al menos dos semanas. Duermen y comen gratis a cambio de su trabajo, que puede ir desde la limpieza de la playa a las patrullas nocturnas de vigilancia o la construcción de una zona de nidificación para la casi extinta y enorme tortuga baula. También recorren la playa de día y de noche y alertan de la existencia de algún animal herido o cualquier otra incidencia.
La mayoría de los voluntarios son jóvenes, como la bióloga Christine Figgener, que dirige un proyecto de conservación de las tortugas baulas (las más grandes que existen) y negras. “Yo indico a los voluntarios las actividades que podemos hacer en la playa. La mayoría vienen de organizaciones como la International Student Volunteers o encuentran información sobre nuestros proyectos de cooperación en Internet”, cuenta. A veces se producen sorpresas en la edad de los cooperantes, como ocurrió con la llegada este trimestre de Tharon y Holly Bell, de 60 y 56 años, procedentes de Brigham City (Utah, EE UU). De vuelta al refugio, tras recoger troncos en la playa y abrir el camino a las tortugas lora, ella explica: “A los 12 años vi un reportaje en televisión sobre las tortugas y me dije que algún día tendría que hacer algo por ellas. Ahora ya jubilados, decidimos inscribirnos en Tropical Adventure y aquí estamos”. Su marido asiente a su lado con una amplia sonrisa.
A DIFERENCIA DE TORTUGUERO, parque nacional del Caribe costarricense donde también desovan miles de tortugas, a Ostional llegan pocos turistas. La mayoría son ticos, como se autodenominan los residentes en Costa Rica. La profesora de pintura Sara Morales acude sola a esta playa “para hacer fotos de las tortugas y trabajar con ellas con los alumnos”. La joven se hospeda en el Ostional Turtel Lodge, un alojamiento de cabinas (pequeños bungalós) en la entrada del pueblo. “La gente viene para ver el desove en un entorno tranquilo y natural”, cuenta Luis Soto, su propietario.
La ADIO dispone también de un grupo de guías para atender a los visitantes. “Les damos pautas de lo que no se puede hacer en la playa y les enseñamos a observar las tortugas. Por ejemplo, no pueden utilizar luz blanca, pero sí roja, para no desorientarlas. Les contamos cómo se realiza el desove y cómo protegemos a las tortuguitas cuando nacen”, dice la guía Yemilet Rojas. Ya es de noche (el mejor momento para presenciar la arribada) y tanto ella como sus compañeras, Gabriela Vera y María Elena Avilés, esperan a los turistas sentadas en el porche de la caseta.
A pocos metros, varias tortugas de más de un metro de longitud caminan lentamente por la calle principal del municipio tras haber cruzado la franja de arena de la playa y la primera línea de viviendas. Vecinos y voluntarios acuden a recogerlas y, tras levantarlas con esfuerzo, las dejan de nuevo en la arena. En las llegadas más multitudinarias, algunas se quedan sin sitio para desovar en la playa y cruzan el casco urbano en busca de una playa inexistente. Es entonces cuando Ostional es más Villa Tortuga que nunca.