Erik Farina |
Todo perro posee por naturaleza propia
una gran riqueza de cualidades psíquicas que, unidas a una
conformación idónea, representan una sólida base para el
adiestramiento, desde los simples ejercicios de obediencia hasta el
adiestramiento especializado.
La primera etapa del adiestramiento es
aquélla en la que el cachorro aprende a obedecer a su amo. Así, por
los hechos, comprende a la perfección que existe un dueño, que éste
quiere o no quiere que haga algo, que hay cosas que pueden hacerse o
no pueden hacerse y que, debido a ciertos gestos y tono de voz que el
perro asocia, puede o no llevar a cabo determinadas acciones.
Sin embargo, las pruebas de obediencia
constituyen un paso ulterior, aunque de importancia básica, para la
utilización del perro en algún trabajo. Estas pruebas, que pueden
compararse con el paso de un niño de párvulo a la escuela,
consisten en algunos ejercicios fundamentales. Si el perro no los
aprende a la perfección, no podrá pasar de curso.
Partiendo de la base de que no se
adquiere un perro sólo para disfrutar de su compañía, reduciendo
sus actividades a la posibilidad de satisfacer sus necesidades
fisiológicas durante un paseíllo más o menos corto, hemos de
suponer que, por el contrario, se quiere obtener de él un mínimo de
disciplina, evitando con ello que se convierta en un perro torpe y
mal educado, con el consiguiente peligro para sí mismo y para los
demás.
Será necesario, pues, dedicar algo de
tiempo a enseñarle las cosas más importantes. Hay quienes creen que
la obediencia se obtiene mediante la vara y los zapatazos (las
patadas son muy frecuentes en el maltrato a un perro). Esos
precisamente son los responsables de la existencia de animales
obtusos, debido a las continuas frustraciones, o de perros
excesivamente tímidos, casi enfermizos, aterrorizados ante su amo, a
quien lamerán la mano, no por amor, sino por miedo. O de perros
feroces, peligrosos para los demás e incluso para el mismo dueño.
Erik Farina |
Este tipo de educadores de perros,
extraños autodidactas, no podrán culpar al perro, sino a sí
mismos, si el perro llega a morderles.
El adiestramiento del perro requiere
paciencia, firmeza y dulzura. Si alguien es intolerante o sufre de
los nervios, debe abstenerse de dar lecciones a un perro, al menos
hasta haber recobrado la calma. El perro no puede comprender el
carácter de una persona, o si un día está de mal humor por
problemas de índole familiar o laboral.
Además, no debe exigirse nada de un
perro que no esté en las debidas condiciones físicas, de la misma
forma que si el dueño se halla en mal estado de salud, es obvio que
nadie le exigirá ir a su trabajo a hacer esfuerzos físicos. Por lo
tanto, si el perro no se encuentra bien, es conveniente suspender
momentáneamente las lecciones.
Por otra parte, las inflexiones de la
voz son sumamente importantes; una orden impartida con energía y
reiterada, no hace falta gritar, sino como si se le estuviera
hablando al perro, tendrá un efecto mayor sobre el cachorro.
El gesto que acompaña a la orden ha de
ser sólo una forma de aumentar su énfasis. Por consiguiente,
adiestrar a un cachorro debería ser, aunque en realidad lo es, un
pasatiempo, una verdadera diversión y un pretexto para estar al aire
libre.
Sólo de esta manera podrá obtenerse
de un cachorro que en el futuro se comporte como un perro maduro en
toda la extensión de la palabra, mostrándose fiel a su amo y
ejecutando con ahínco sus órdenes.
Se podrá observar, al mismo tiempo, su
alegría al obedecer, deseoso de merecer los elogios y las caricias
de su dueño, lo que constituye el premio más apreciado para el
perro.
En estos cursos describiremos la forma en
que se realizan los ejercicios de obediencia y cómo se dan las
órdenes, aclarando que estás siempre deben ir precedidas del nombre
del perro. Desde pequeño habrá que llamarle por su nombre,
especialmente en el momento de darle la comida o alguna golosina, a
fin de que el perro relacione su nombre con situaciones agradables.
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Por: Erik Farina (Etólogo Canino)
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