En el avión de Quito dirección a Coca, en el Amazonas ecuatoriano, no hay un único turista. La nave está repleta de hombres de mediana edad y facciones andinas. Son trabajadores de la industria petrolera que pasarán 14 días seguidos en los campos petroleros, y regresarán a sus ciudades para descansar durante una semana antes de empezar un nuevo turno. Preguntas al quiteño que sienta a tu lado y responde: “Cobramos bien, pero a ninguno nos gusta que exploten la selva. Muy pocos están a favor de que se amplíen las perforaciones a la reserva del Yasuní”.
Sales del diminuto aeropuerto de Coca, coges un taxi, y le pides que antes de llevarte a Pompeya para cruzar el río Napo te de un paseo por la ciudad. Te estremeces cuando entre tanto bullicio, tiendas, mercados y alojamientos de aspecto decadente, el conductor te dice: “Hace 40 años en Coca sólo había dos casas. Todo esto era selva”. Paras en uno de los varios locales de alterne que existen en los alrededores de Coca, y una prostituta de origen colombiano te explica: “Todos nuestros clientes están relacionados con el mundo del petróleo. Yo vine aquí porque había trabajo. Ahora lo ves vacío pero al anochecer esto está llenísimo”.
No es lo que más te sorprende. Sigues tu camino en dirección a Pompeya y durante las dos horas que dura el trayecto no dejas de ver en ningún momento oleoductos oxidados al margen de una carretera ancha, bien asfaltada, y en la que continuamente vas cruzando maquinaria pesada. Cada pocos minutos distingues un pozo de extracción ya cerrado, otro en el que están trabajando, o llamas de gases quemando en medio del bosque en las torres de las plantas petrolíferas. Y el conductor insiste: “hace nada todo esto era selva. Y las extracciones no paran de avanzar”.
Tú sabes además que no era una selva cualquiera, sino uno de los espacios más megadiversos del mundo. Según David Romo, codirector de la Estación de Biodiversidad Tiputini: “Sin lugar a dudas es el más biodiverso del planeta al menos en lo que se refiere a insectos, anfibios, aves, peces y plantas”.
Los científicos creen que la desbordante diversidad de plantas y animales del Yasuní podría deberse a que fue el área del Amazonas más resguardada durante la última edad del hielo, convirtiéndose en un espacio de migración de especies que constituyeron el hervidero de vida que ahora está amenazado. En una hectárea de bosque de Yasuní hay más especies de árboles que en toda Norteamérica juntos. Y ocupa de los primeros lugares del mundo en diversidad de aves, anfibios, y grupos de vertebrados que durante millones de años han sobrevivido a cambios climáticos y todo tipo de fenómenos naturales. Justo ahora están en peligro.
Ante el balance entre ingresos económicos y preservación, el conductor del taxi te da la misma respuesta que el 83% de ecuatorianos en la encuesta más reciente: “Respaldamos la iniciativa Yasuní ITT. Preferimos dejar el petróleo bajo Tierra”. Por eso sorprende que el pasado mayo el presidente Correa realizara una consulta popular sobre aspectos como plazos de prisión preventiva, prohibición de casinos o de espectáculos donde se maten animales, regulación de contenidos televisivos, pero sin ninguna referencia al futuro del Yasuní. Algunos interpretaron esta decisión como un signo de que el verdadero objetivo del gobierno ecuatoriano es extraer el petróleo de la zona pudiendo responsabilizar a la comunidad internacional de no haber apoyado el proyecto. Según Ivonne Baki, jefa de la comisión negociadora de la iniciativa Yasuní ITT, cuyo objetivo es recolectar la mitad de los 7.200 millones netos que la población ecuatoriana ingresaría por la extracción del petróleo: “No era el momento de incluir la pregunta. Estábamos negociando nuevas estrategias con las Naciones Unidas. El asunto es demasiado importante para diluirlo. Si algún día debemos consultar a los ciudadanos haremos un referéndum específico”.
Muchos grupos ambientalistas sienten reticencia por la proximidad de la nueva directiva de la iniciativa Yasuní ITT con el gobierno. Hay una sensación generalizada de que los planes de explotación ya están diseñados, y que a medio plazo el plan B será inevitable. Ivonne Baki lo niega rotundamente: “¿Por qué pediríamos entonces la cantidad simbólica de 100 millones de dólares de aquí a final de año? Si Correa quisiera que la iniciativa fracasara hubiera exigido una cifra mucho más alta y difícil de alcanzar”.
Llegas a Pompeya y distingues una especie de paradas de mercado vacías. Es donde cada sábado se celebra el mercado de animales silvestres. Pecarís, guantas pero también monos lanudos, monos araña, tortugas, reptiles, aves y todo tipo de especies protegidas son cazadas por los indígenas Huaoranis y vendidos a particulares y restaurantes que deseen ofrecer platos exóticos a sus descuidados comensales. Es una actividad prohibida y de sobra conocida por las autoridades locales, pero que se continúa realizando sin oposición debido al profundo dilema ético que encarna: Con qué argumentos morales se puede permitir que las petroleras perforen la selva, contaminen hábitats con sus escapes, construyan carreteras para mover sus maquinarias, y prohibir a los Huaorani utilizar dichas carreteras para explotar también unas tierras que siempre han sido suyas.
Las carreteras son el gran problema de la selva. Fragmentan espacios, reducen ecosistemas, y facilitan la colonización de humanos. Los Huaoranis han cazado animales desde siempre, pero de una manera sostenible para su propia alimentación. Ahora tienen la opción de desplegarse y cazar en exceso para vender por pocos dólares unos animales cuyo valor natural y económico a medio plazo es infinitamente mayor del que ellos pueden imaginar.
Cruzas en lancha el río Napo, presentas tu documentación en el registro de entrada al Bloque 16 licitado a Repsol-YPF, y montas en una furgoneta junto a siete trabajadores que te llevará hacia la Estación Científica Yasuní de la Universidad Católica. Allí hablas con neurocientíficos de EEUU que investigan el croar de las ranas, e investigadores ecuatorianos que ponen cámaras ocultas en el interior de la selva para censar ocelotes, osos hormigueros gigantes, armadillos, tapires, tortugas, monos, infinidad de pájaros, o felinos como el puma y el jaguar. Te explican que según sus estudios las poblaciones de grandes felinos se están reduciendo drásticamente.
Te embarcas en una pequeña canoa motorizada que te llevará durante dos horas y media por el río Tiputini hasta tu destino final: la Estación de Biodiversidad Tiputini de la Universidad San Francisco de Quito. Situada en lo más recóndito de la selva, lejos de cualquier carretera, sin siquiera población indígena cercana, y por descontado ni un único turista, es el lugar ideal para estudiar ecosistemas y fauna cuya influencia humana ha sido inexistente. Es un verdadero paraíso natural. El estadounidense Kelly Swing, fundador y director científico de la estación Tiputini, te explica que a algunas horas a pie existen todavía comunidades de indígenas no contactados en aislamiento voluntario, que la concentración de especies vegetales es posiblemente la mayor del mundo, que cada mes se catalogan especies nuevas de insectos, reptiles o anfibios, que la bioprospección de productos naturales puede generar grandes beneficios, y que se siente muy preocupado por el futuro de este santuario natural: “Si sale adelante el plan B y empiezan a construir carreteras todo está perdido. Esta zona en concreto no entra en los planes de explotación, pero los efectos que notaríamos serían gravísimos”. Para Kelly Swing, la explotación del Yasuní sería un desastre medioambiental a escala mundial, de consecuencias mucho peores que accidentes como el vertido del golfo de México. Con la salvedad que evitarlo es una decisión política.
Para proteger Yasuní en 2007 se propuso la iniciativa Yasuní ITT (por los cuadrantes de exploración petrolera Ishpingo, Tiputini y Tambococha). El planteamiento es muy directo: Ecuador no es un país rico y su población tiene necesidades fundamentales que podrían verse aliviadas con los más de 7.200 millones de dólares que el gobierno obtendría si explotara el parque. Ecuador asume su compromiso en preservar la riqueza natural de la zona. Pero si la biodiversidad es un bien universal, entonces todo el mundo debe ser partícipe de este esfuerzo. Para no explotar el petróleo de Yasuní Ecuador solicita una donación de la comunidad internacional de 3.600 millones de dólares en el plazo de 13 años. De esta manera el petróleo quedará bajo tierra y se salvará la biodiversidad de Yasuní. Cuando la iniciativa fue presentada en 2007, resultó tan novedosa que algunos la calificaron de pionera y otros la observaron con recelo. Tras una buena acogida y promesas de algunos gobiernos como Alemania o España, el plan empezó a tambalearse. Hubo críticas internas que desencadenaron un cambio de junta directiva. Países como Alemania retiraron su apoyo argumentando que el gobierno de Rafael Correa no explicaba en qué se gastaría el dinero ni ofrecía garantías de que el petróleo no sería explotado más adelante en caso de cambios políticos. El presidente Correa esgrimía un tono amenazante que alejaba a los negociadores internacionales. Y se llegó al ultimátum: si a finales de 2011 la Iniciativa Yasuní ITT no había recolectado la cifra de 100 millones de dólares, se daría paso al plan B: la concesión de permisos para explotar Yasuní.
Antes de verano del 2011 la sensación general era de pesimismo y desconfianza. No se percibía una verdadera voluntad de alcanzar el acuerdo por parte del gobierno ecuatoriano, y los rumores eran que las concesiones ya habían sido pactadas. Se explotaría Yasuní y Correa podría acusar a la falta de apoyo de la comunidad internacional. Ivonne Baki replica de nuevo: “Otra evidencia del compromiso de nuestro presidente es el cambio de estrategia planteado este verano con la ONU, que nos permitirá alcanzar la cifra de los 100 millones de dólares”. El cambio de estrategia se refiere a que el pasado Junio la ONU auspició un directorio que acepta donaciones individuales, instituciones, fuentes privadas y de gobiernos regionales además de centrales. Además, el fideicomiso es muy claro en su exposición: el dinero sólo se podrá utilizar para apoyar a la conservación y manejo de las áreas protegidas del Ecuador continental, programas de desarrollo sustentable con las comunidades indígenas, recuperación de las cuencas hidrográficas, restauración ecológica y cambio de la matriz energética del Ecuador hacia energía limpias.
Gracias a este nuevo enfoque, en estos momentos la cantidad recolectada se acerca a los 80 millones de dólares, y todo parece indicar que este primer peldaño se va a superar. No será el fin de la historia. El futuro del Yasuní continuará incierto durante tiempo, pendiente de donaciones tanto privadas como de gobiernos y organismos multilaterales. Pero también en última instancia en manos del gobierno del presidente Correa. Ecuador es un país pequeño pero de una riqueza natural abrumadora. Con espacios tan diversos como los glaciares andinos, la selva amazónica y las islas galápagos, Ecuador dispone de un patrimonio que a medio plazo debería ser incluso económicamente más rentable que todo el petróleo extraído del Yasuní. Si dependiera de la voluntad de la mayoría del pueblo ecuatoriano, sin duda el petróleo se quedaría bajo tierra.