lunes, 25 de enero de 2021

Etología Canina Comportamiento Social del Perro capítulo 1

Erik Farina 1999

 

Comportamiento Social del Perro capítulo 1


Vida en Grupo


Los comportamientos sociales que caracterizan su vida en grupo constituyen uno de los aspectos más interesantes de la biología de los perros.


Aunque algunos de sus modos de actuar no nos son todavía completamente claros, sin embargo el análisis del conjunto de los esquemas de su comportamiento social nos permite entender las razones de la fácil convivencia entre humano y perro.


En efecto esta convivencia se basa en un patrimonio común de comportamientos característicos de la vida social en grupo, lo que facilita notablemente un entendimiento recíproco.


En el comportamiento territorial, el perro no se identifica tanto con un cubil o con un territorio como en cambio con su clan familiar, la manada.


De ordinario la manada está compuesta por un número limitado de individuos. En efecto, tanto los perros como los lobos viven en grupos compuestos por algunos adultos, machos y hembras, y sus cachorros.


Una vez más, sin embargo, la flexibilidad de adaptación de estos cánidos hace en realidad que se puedan encontrar muchas situaciones que se salen de la norma, y así, junto a las numerosas manadas de lobos de America del Norte, o en las manadas de los dingos australianos, se encuentran grupos constituidos por una sola pareja con sus cachorros o incluso individuos solitarios, situaciones típicas de los Lobos y de los perros salvajes del norte de Europa.


No se debe creer, por otra parte, que a una capacidad tan grande de adaptación y de cambio corresponda igualmente una gran flexibilidad de comportamientos sociales. Los esquemas de comportamiento social son esencialmente los mismos, no sólo en las distintas razas de perros y en los lobos, sino también en los cánidos filogenéticamente más cercanos como los coyotes y los chacales y en los más lejanos como las distintas especies de zorros.


Pero las pocas diferencias que existen son determinantes a la hora de hacer posible el desarrollo de grupos sociales más amplios y todo lo que un grupo más grande puede hacer en relación con un grupo más pequeño.


Erik Farina 2014


En consecuencia, la organización social de la manada, aun basándose en los mismos esquemas de comportamiento, es sensiblemente distinta en las diversas especies de cánidos. Las relaciones entre sus miembros son muy sencillas. Existe una escala jerárquica de dominio y subordinación, no demasiado estable, que determina la importancia social de los individuos particulares.


Cuando un perro o un lobo entra a formar parte de una familia de humanos, transfiere a los humanos las relaciones sociales que normalmente desarrolla con sus semejantes. Los perros no aprenden a comportarse como hombres, en contra de lo que puedan afirmar los propietarios enamorados de sus perritos, sino que continúan mostrando los esquemas de comportamiento típicos de todos los individuos de su especie.


Igualmente, los humanos que tratan con los perros, intentan transferir a éstos sus propias relaciones sociales, conminándoles a comportarse como humanos. La relación resultante no es ni típicamente humana ni típicamente canina.


El perro deja de ser un miembro de la manada, aunque continúe comportándose como tal, sino que pasa a ser un individuo totalmente dependiente y obedece a su amo. No se le puede considerar como un niño, dado que no podrá nunca aumentar ni modificar su posición social.


Quizá la caracterización más apropiada que se pueda dar a la situación de un perro doméstico sea la de un perenne cachorro en estado de subordinación respecto del amo-jefe-humano.


En su estado salvaje el número de miembros de una manada está en función de la abundancia de comida en su territorio y del tipo de presas que se cazan. Naturalmente un grupo de perros o de lobos puede abatir mucho más fácilmente un ciervo o una vaca que lo que pueda hacerlo un individuo aislado o una pareja.


Erik Farina 1999


Pero si el número de miembros en una manada está en función de la abundancia de comida, la ventaja de la vida comunitaria no se limita sólo a tener más posibilidades de éxito en la caza. El lobo ibérico continúa viviendo en manada aunque el territorio en que vive ya no le ofrece grandes herbívoros que cazar. En efecto, vivir en manada permite no sólo atacar mejor a la presa, sino también defenderse mejor de los peligros de la vida salvaje.


En la base de la vida en manada hay una predisposición genética muy determinada. Cuando los cachorros llegan en torno a las cinco semanas de vida y se inicia su período de socialización con los miembros que tiene cerca, comienza a aparecer un comportamiento llamado alomimético por el que los cachorros realizan al mismo tiempo las mismas actividades: es una especie de comportamiento contagioso, comparable en algunos aspectos al bostezo humano, cuyo significado biológico consiste en sincronizar las actividades dentro del grupo.


Este es el primer atisbo del espíritu de manada, y está en la base de la vida social tanto de perros como de lobos.


Los perros, cuando viven juntos, caminan, corren, descansan, se sientan, se tumban, se levantan, ladran y aúllan siempre a la vez.


Todos los propietarios de perros saben lo fácil que para estos perros es formar grupo. Cuando dos perros, aun sin haberse conocido nunca antes, se encuentran encerrados juntos en un recinto, tras los rituales de reconocimiento, se comportan, si no surgen problemas de incompatibilidades, como si formaran parte de la misma manada. Al ladrido del uno seguirá el ladrido del otro, y si uno levanta y se pone en movimiento para una vuelta exploratoria, enseguida le seguirá el otro.


La tendencia hacia este comportamiento de imitación de los miembros del propio grupo es de por sí más fuerte en los jóvenes, aunque también en los adultos persistirá este continuo contacto, no sólo visual, sino también táctil y acústico, que mantendrá la coexistencia del grupo.


CAPÍTULO 2


Por: Erik Farina (Etólogo Canino)


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