En
la actualidad ya no hay por qué insistir en las razones que pueden
justificar la presencia junto a los niños de un animal, en
particular el perro. En todo caso, frente a las ventajas que ello
representa siempre se podrá alegar el peligro de accidente con sus
dramáticas secuelas. Y como la reputación del perro puede quedar
entre dicho, resulta imposible tratar las relaciones entre el niño y
el perro sin abordar el problema de los accidentes.
Todo Empieza Por La Comunicación
En
realidad, entre el niño y el perro todo se reduce a una cuestión de
comunicación, pues es en la comunicación lo que permite establecer
la relación entre el niño y el perro, y una parte esencial de esa
relación está constituida por lazos afectivos. Por otra parte, está
claro que el desarrollo del lenguaje en el niño condiciona la
existencia de diferentes períodos en esa relación.
La Primera Infancia
Cuando
el Bebé llega al
hogar, el perro no lo considera como un miembro del grupo. El perro
experimenta la presencia del niño fundamentalmente en función del
hecho de que las actividades de la familia se centran ahora en el
recién llegado. A los padres corresponde integrar rápidamente el
Bebé o preparar su
integración en el grupo, haciendo participar al perro en los
cuidados que se prodigan al Bebé.
La
relación Perro-Bebé
aparecerá progresivamente en su profundidad efectiva cuando el niño
empiece a explorar su entorno y a comunicar sus emociones. Durante
dicho período se producen los primeros contactos físicos y entonces
es cuando los padres deben velar por que no se produzcan accidentes,
siempre graves, sobre todo cuando el Bebé
anda a cuatro patas. En efecto, las relaciones que el perro pueda
entablar con el Bebé,
cuyo comportamiento le sorprende, no tiene nada que ver con las que
mantiene con sus dueños adultos. Mientras el Bebé
no aprenda a comunicar con el perro y a decodificar sus mensajes, su
incapacidad para inhibir sus movimientos pondrá al perro en una
situación de miedo y , por lo tanto, en peligro de provocar una
reacción incontrolada del tipo “Reacción Crítica”.
Aquí
es cuando interviene la buena socialización
y la “Participación” precoz
del perro en las actividades del grupo relacionadas con el Bebé
para prevenir cualquier peligro. Pues para un perro bien equilibrado,
el Bebé y después
el niño pequeño,
son inhibidores de la agresividad, como antes lo fueron los
cachorros. Así, que hay perros difíciles con los adultos que
soportan sin inmutarse las trastadas de un niño; éste es el
resultado normal de una socialización bien llevada y de un contacto
bien establecido.
El
nuevo Bebé tiene
ciertamente gestos torpes y sus manifestaciones vocales suelen ser
ruidosas y desconcertantes, pero si el perro se ha familiarizado con
él y se han establecido rituales que permiten una comunicación
eficaz, pronto se creará una relación afectiva muy intensa. Las
mímicas y las posturas del Bebé
y después del niño pequeño serán
decodificadas por el perro igual que lo serán las series de ruidos
tan expresivos que acompañan a ciertas emociones.
Esta
comunicación desprovista de toda ambigüedad será más eficaz que
la existente entre el perro y los adultos, en la medida en que a
éstos les resulta muy difícil expresar sus reacciones afectivas a
través de canales no verbales, ya que la educación que han recibido
privilegia el verbal al que, precisamente, el perro no tiene acceso.
Evitar Los Accidentes
Está
claro que muchas mordeduras se producen cuando el niño tiene entre
ocho meses y dos años; en esta edad , el accidente sólo se puede
evitar con una actuación preventiva. Los accidentes se producen a
menudo cuando el niño, aunque se le tenga apartado, localiza el
perro y lo sigue dando pequeños gritos de excitación y de alegría
por todos los rincones donde aquel se esconde. La mordedura será
tanto más importante cuanto más acosado y miedoso se sienta el
perro.
A
este período bastante delicado le sigue otro más tranquilo para
todos los familiares (tanto los que han querido integrar al Bebé en
el universo del perro como los que no lo han hecho) una vez que el
niño, y el perro han anudado un lazo gracias al cual el primero está
en situación de poder debido a la permisividad con que lo trata el
perro. Entonces es cuando los padres deben limitar los excesos a que
podría dar lugar la pasividad del perro.
Cuando el Niño se Hace
Adolescente
Las
dificultades aparecerán de nuevo durante la pubertad cuando el niño
abandone su condición de tal y adquiera una autonomía total.
El
perro se da cuenta del paso a la adolescencia gracias a las
sustancias volátiles (las feromonas sexuales) que el joven emite. Al
mismo tiempo, el adolescente intenta convertirse en un individuo
socialmente activo para desprenderse de su estatuto de inactivo y sus
primeros actos de autoridad serán a costa del perro.
Lo que esto generará
conflictos. Pues ya no será posible que no se plantee ningún
problema de prerrogativas como cuando el niño era para el perro un
ser jerárquicamente aparte. El perro gruñirá y enseñará los
dientes como muestra de malestar, y el joven quizá sufra por ello.
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