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Comportamiento Social del Perro Capítulo 7
Relaciones del Perro con el Humano
La tradición literaria de las distintas culturas ha consolidado a través del tiempo una concepción diferente pero demasiado romántica y esencialmente falsa de la relación entre el humano y el perro, definiendo a este último como el amigo más fiel al humano.
Si esto nos agrada podemos continuar afirmando que se trata de fidelidad y de amistad, pero en realidad la relación perro-humano se basa en el espíritu de grupo, dominio y subordinación.
El perro que entra a formar parte de una familia de humanos, transfiere a los seres humanos las relaciones sociales que normalmente desarrolla con sus semejantes.
El humano debería hacer lo mismo adaptándose a tratar al perro como si fuese un perro, y no como a una persona como por desgracia ocurre muchas veces, lo que va en detrimento de la armonía de la relación entre ambos.
El perro no es capaz de comprender unos comportamientos distintos del suyo, por lo que todas nuestras acciones las interpreta en clave canina, originándose así equívocos y malentendidos con nuestro fiel amigo.
La mayor parte de los problemas de los propietarios con sus perros tienen que ver con la agresividad y la desobediencia.
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Es sabido que hay algunas razas de perros con más carácter y por tanto más difíciles de controlar, y otras con tendencia a cultivar un espíritu muy independiente.
Este tipo de razas necesitan atenciones especiales. Necesitan un propietario que entienda y comprenda esta raza, y que esté acostumbrado a manejar estos perros, capaz de imponer su voluntad, y el mejor modo para salir adelante es tratar a los perros precisamente según el esquema dominador subordinado, no haciendo ninguna concesión que un jefe de manada no haría a sus inferiores.
Pero a la vez el amo debería tratar de no aterrorizar al perro, nunca meterle miedo y castigarlo, tratando de alterar la severidad con la capacidad de mostrar afecto, pues de lo contrario podría convertirse en un perro miedoso y excesivamente sumiso, nunca podrías saber si te obedece por afecto o por miedo.
En estos casos se desarrolla entre perro y humano una relación social totalmente errada, no basada en el esquema dominador sometido, lo que supone impedir crecer al perro y que llegue a su fase adulta correctamente y equilibrado.
El mismo efecto se obtiene cuando alguien se comporta de modo demasiado oprimente con su perro, tratándolo con demasiada dureza, limitando su libertad y manteniéndolo en una situación psicológica de eterno cachorro.
Cada vez que un perro trata de dominar a su amo, o muestra agresividad, o no se comporta como alguien de rango inferior, el amo deberá llamarlo inmediatamente al orden y a la disciplina.
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Si en cambio el amo no muestra la autoridad suficiente para aparecer como un jefe de la manada, el perro tratará de tomar el papel de dominador que ha quedado vacante.
Esto ocurre con más frecuencia de lo que se piensa, sobre todo con grandes perros que tienen amos demasiado tímidos. La imagen frecuente de una persona llevando al perro tirando de la correa y luchando con él porque el perro tira demasiado, es un ejemplo de un perro que manda sobre el amo humano, obligado a seguirlo casi a trompicones hasta que encuentra una farola a la que agarrarse para detener la carrera sin control ninguno.
Cuando un perro quiere imponer su ley, no obedece y se muestra hostil, es difícil vivir con él. En algunos casos el perro puede mandar sobre toda la familia, en otros sobre alguno de sus miembros.
Si no se quiere correr el riesgo de estar a las órdenes del propio perro, lo mejor será adoptarlo cuando es todavía un cachorro de no más de dos meses de vida. Durante esta fase, llamada de socialización, el perro está dispuesto a establecer su más estrecho contacto con el humano.
Este es el periodo en que el humano debe imponer firmemente su voluntad, impartiendo órdenes que deben seguirse sin vacilación, no cediendo en nada y rechazando cualquier tipo de rebelión por parte de los perros, hay que enseñarle que comportamientos son agradables para el humano que que comportamientos no son de agrado para el humano, haciendo agradable la convivencia.
Otra recomendación que hay que seguir es tratar de no intervenir en las luchas jerárquicas entre perros, dándoles la oportunidad de ajustar sus cuentas por sí mismos, libres de correas, para que, llegado el caso, puedan escapar de los ataques agresivos del contendiente.
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Incluso cuando uno se encuentra entre luchas cruentas entre dos perros por cualquier problema de dominio, el humano no debe dejarse llevar por sus sentimientos y tomar partido por el más débil que está perdiendo.
Hasta en los momentos más tranquilos no conviene mostrar demasiado afecto por los más débiles frente a los dominadores. En efecto, el dominador podría mostrar su celo interpretando esa acción como una afrenta a la jerarquía y podría atacar al más débil.
A su vez el débil podría sentirse respaldado por el humano y encontrar coraje para agredir al perro más fuerte con consecuencias a menudo dramáticas para uno de los dos perros.
Por el contrario, se debe mostrar siempre preferencia por el dominador y tratarlo con afecto, al menos cuando se está en presencia del más débil. De este modo se respetará la jerarquía; primero el humano, luego el perro dominador y finalmente el sometido.
Finalmente, conviene anotar algunas convicciones que caracterizan nuestro modo de considerar las capacidades intelectivas de los perros.
La primera se refiere a la pregunta de si los perros son o no inteligentes. La respuesta es sin duda que “Si” los perros son muy inteligentes, si bien sigue la dificultad de determinar hasta qué punto son inteligentes, y sobre todo si algunas razas son más inteligentes que otras.
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Cuando nosotros definimos con palabras la inteligencia, hablamos de la capacidad de resolver los problemas, pero en realidad los test que miden la inteligencia se basan en pruebas que dependen la mayor parte de las veces de capacidades físicas t sensitivas o provenientes de experiencias pasadas.
Además, cuando hablamos de razas más o menos inteligentes, en realidad mezclamos inteligencia y adiestramiento. Este último depende de ordinario del grado de socialización con el humano y no tiene nada que ver con la inteligencia.
Este error está muy arraigado entre las convicciones de los cinófilos y comúnmente se oye hablar de razas más inteligentes que otras sólo porque logran realizar mejor un ejercicio o porque se hacen entender mejor con su dueño.
La segunda convicción se refiere a la capacidad de pensar de los perros. El egocentrismo y la soberbia del hombre no han admitido nunca que se pudiera creer que los animales piensen igual que los humanos, y se ha sostenido siempre que todas las acciones de los perros están dictadas por el instinto.
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Seguramente hay diferencias muy grandes en la capacidad de pensar entre humanos y perros, pero podría ser que las diferencias existentes sean más cuantitativas que cualitativas. En efecto, lo que ayuda al humano es seguramente el lenguaje que le permite comunicar sus pensamiento y razonamientos, y nuestra medida de calibrar la capacidad de razonar sigue siendo el lenguaje mismo.
Es sabido que los perros son capaces de comprender el significado de muchas palabras y de responder a determinadas órdenes. Es evidente, por otra parte, que no aprendes solos, sino a través de la enseñanza de sus dueños.
Sin embargo su capacidad o no de comprender el lenguaje humano no puede ser un patrón válido para medir la capacidad de razonar de los perros. Los mismos perros tienen su lenguaje y; ¿Cómo podemos afirmar los humanos que hemos entendido su mecanismo de comunicación? ¿Cómo podemos afirmar que los perros no pueden acordarse de algunos sucesos vividos y que sus reacciones son siempre de carácter instintivo?
Se trata del eterno problema de antropomorfizar todo tipo de comportamientos o de comunicación animal, cuando en realidad no podemos afirmar de modo científico desde nuestras bases de partida ni que los perros sean capaces de pensar, recordar, soñar y razonar del mismo modo que los humanos, ni lo contrario.
Por: Erik Farina (Etólogo Canino)
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